Alhama nos toca de paso cuando nos acercamos a la zaragozana zona de los balnearios. Estos pueblos han disfrutado desde hace tiempo de esa cultura de ver a extraños venir e irse y dejar unos dineros que bien vienen. Los niños -hablo de hace treinta años o más, que yo conozca- se diferenciaban de esos otros cuyos pueblos se mantenían sólo con la agricultura o la ganadería. En Alhama había un bar que últimamente estaba atendido por dos -al menos- guapas jóvenes extranjeras. Varios cafés y algún bocadillo de envergadura y creo que alguna comida nos resarcieron de las necesidades básicas de todo viaje, de toda excursión. Desde su terraza dibujé esta calle.
Desgraciadamente el bar cerró y las últimas veces que he pasado por su puerta con el coche he lamentado no poder parar a tomar un café cortado con sonrisa de mujer joven.
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