martes, 18 de septiembre de 2012

Pequeñas historias sin importancia.

Dejadme que os cuente una menudencia doméstica, de estas cosas insignificantes que de vez en cuando ocurren y te hacen gracia, no te arreglan la vida, ni te traen suerte, pero sí te animan y te ponen de buen humor.

Vivo en un piso con unos balcones repletos de plantas que sobreviven a pesar del poco caso que les hago (ay). Desde hace unos años reservamos una jardinera para cultivar lo único comestible que se nos da bien, unos tomatitos cherry, una vez desechadas las albahacas y los perejiles que siempre acababan muriendo. Plantar las matas con los niños, enroscarlas en las guías, regarlo todo con mimo y constancia,  descubrir cómo aparecen las flores amarillas y después las primeras bolitas verdes que al engordar y enrojecer se convertirán en tomates, es un placer in crescendo aparejado al desarrollo de los tomates. Unos tomates que nunca llegarán a la mesa porque serán siempre devorados por los niños tras merendarse la fruta en el balcón, a la vuelta del colegio.

No sé si recordáis el olor de un tomate recién arrancado de la mata, o el de la propia hoja tomatera, tan penetrante que se siente incluso en un balconcito del centro de una gran ciudad como Málaga.

Bueno, ahora viene lo más curioso. Este verano, como cada verano, hemos dejado nuestra casa y nuestros tomatitos cherry en plena producción para ir a ver a los abuelos, salir de vacaciones y demás viajes. A pesar de tener a unos amigos encargados de dar una vuelta a la casa de vez en cuando y  regar las plantas, a la vuelta del verano, como todas las vueltas de verano, nuestras matas de tomatitos cherry se habían secado. Pero esta vez la jardinera nos ofreció un regalo para cuando nos asomamos al balcón por primera vez : entre restos de tallos secos, hojas muertas y cañas marrones, había crecido... ¡una sandía!


Menuda chorrada os parecerá, pero qué queréis que os diga ; cuando cada mañana me asomo al balcón y contemplo fascinada nuestra sandía, me asombra y me maravilla descubrir hasta qué punto tiene fuerza la naturaleza para producir sus frutos, incluso en el más insólito de los lugares...

7 comentarios:

ELMOREA dijo...

Te entiendo muy bien. Tengo una planta que se seco (como tantas otras) este invierno trás las heladas. Hace un mes, limpie las malas hierbas y ví como tenía apenas dos brotes incipientes. Me apresuré a limpiarla, airear la tierra, regarla...hoy está frondosa y con una fuerza increible. Es la niña bonita de mi pauperrimo y macetero jardin. :)
Muy bonitos tus dibujos.

Fernando dijo...

Es la vida. Es emocionante.

Luis Ruiz dijo...

A mí también me ha parecido emocionante. Desde luego no me ha parecido una chorrada sino todo lo contrario. Gracias, Patrizia.

Patrizia Torres dijo...

Sí, la vida te sorprende a poco que te dejes tú sorprender. Gracias.

Juan María dijo...

a mi ni los tomates ni sandias, sin embargo el perejil se me da muy bien.

preciosos dibujos y reflexiones!

Emily Nudd Mitchell dijo...

La sal de la vida :) Muy bonita la historia ilustrada!

Marisa Ortun dijo...

Qué buena historia y qué bien contada y dibujada. La naturaleza siempre nos superará... nota de optimismo. ah y por el olor de los tomates daría lo que fuera.