Cuando iba a ver a sus familia, nos traía camisas de colores bordadas y henna para teñirnos el pelo. Ella contaba cómo amigos suyos se ganaban la vida como porteadores pasando mercancías de acá para allá por poco dinero.
Cuando acabamos los estudios perdí la pista a esta chica. Me acuerdo de ella de repente, el jueves pasado, a mi paso por la frontera de Ceuta.
La historia feliz que ella contaba parece muy diferente de lo que estoy viendo.
Las alambradas iluminadas dan un aspecto siniestro a una costa que en un pasado imagino amable y llena de gente. Las caravanas de coches se acumulan en fila en la frontera, custodiada por la Guardia Civil y la gendarmería marroquí.
Estoy realmente impresionada cuando alguien señala el lugar exacto en el que el 6 de febrero de madrugada la Guardia Civil en la playa del Tarajal disparó pelotas de goma a los casi doscientos africanos que corrieron hacia el mar, tras varios intentos por tierra, buscando pasar de un lado a otro. Era una ratonera.
Con un resultado de, al menos, quince personas muertas, nadie se hace responsable de nada.
En eso somos expertos los españoles.
Me pregunto qué derecho tienen los gobiernos de decidir sobre la libertad de la gente, y qué derecho tenemos cada uno de nosotros de juzgar dónde y cómo tienen los demás que vivir, que trabajar o establecerse.
Las fronteras son un absurdo absoluto.
¿Por qué la suerte de haber nacido en un lugar o en otro del planeta tiene que marcar de por vida el futuro de cada uno de nosotros?
¿Es que la vida de esta gente vale menos que la nuestra?
3 comentarios:
Impresionante testimonio !
Tremendos dibujazos!
Cuánta razón.
Que tus dibujos no permitan nunca que se olviden las historias trágicas...
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